LA, AFINACIÓN.

Un artículo de Mariano Alameda.

Orquesta afinando en La.

Si la vida es vibración, las crisis son afinaciones. En la afinación se tensan las cuerdas, pero tú, sin embargo, te tienes que relajar lo suficiente para poder ponerte a la escucha para afinar. La escucha requiere de atención, y la atención es callarte tú. Eso al principio cuesta, lo de escuchar, porque te tienes que callar. Y mandarte callar no es callarte.

La escucha tensa, muele, acaricia, susurra, derrota, supura, depura y finalmente, afina; porque escuchar es escuchar al mundo como si fueras tú. Y entonces escuchas, ahí fuera, que se habla de muerte, de desconcierto, de impredicibilidad. Uy, y te vas para dentro. Y dentro te das cuenta de que te están robando la normalidad para darte una saturación de lo simple, como si quisieran que reboses cómo vives lo muy cercano. Y lo más cercano, que estaba al fondo, olvidado y saludando desde siempre, es el mandato placentero de la sensación de ser y el miedo desagradable asociado de poder no llegar a ser. O el mismo miedo de que otros no sean y se los lleve el bicho. O que la cosa se ponga aún más chunga, así a lo burro indefinido. Y entonces aparece, si estás medio sano, la búsqueda de la confianza, por necesidad. Unos la encuentran en la ira. Creen que su fuerza aplastará el problema, jojojo. A veces funciona, pero incluso cuando funciona, los daños generados en la pataleta la hacen inmerecida. Otros se repliegan más y más en los restos de lo rutinario, pero por las ventanas de fuera de casa pasan espectros regularmente que no queremos mirar; y el miedo es un amigo fiel que mientras no te asomes a la ventana, no te dejará. Otros se van a la imaginación oscura, y se enfangan y se pierden allí, intentando modificarla con más imaginación; cosa imposible, pues ya está enfangada. Los ilusos imaginan deseando las cosas bonitas, de antes, después; pero las cosas más interesantes son las raras presentes, no las pasadas diluidas. Las cosas nuevas que vienen son cosas de mayores, y, al principio, a veces, no gustan. Otros directamente lo niegan y se niegan y hacen como si no pasara lo que pasa: son los negadores de la muerte, los que sonríen asustados fingiendo ser felices a otros que hacen también el papel. A veces funciona, pero es pasarle el marrón a otros, y los otros a ti, y te deja culposo y solo.

Ninguna de esas estrategias es la afinación. Ninguna de esas podrá evitar la afinación, pero la retrasan, y la crisis dura. Cabe la posibilidad de no afinar, pero si no afinas, al final, no te dejan tocar. Que puede que sea un alivio y una gloria, también te digo. O no, no se sabe.

Pero a lo mejor si no te mueres y sigues tocando y si eres valiente y entregado y te abres a escuchar, al final uno afina como buenamente sabe.

En el sonido la afinación es acordarse varios a un sonido común. Solo que el sonido no lo decides tú. Por eso es común, nos viene casi dado. Por ello, la cosa consiste en apurar tu calidad, para sonar en eso que suena. Ese sonido no va durar, solo permanece como señal de comienzo tozuda mientras no estés afinado. Pero cuando el último punto propio es dado y se da la afinación, entonces es tiempo de que empiece otra música. Y ya puedes tocar, otra vez, la partitura de la vida; otra partitura nueva. Si, al poco, otra vez, no estamos en tono, habrá que parar otra vez para afinar. Pero bueno, al final, pese a todo, por las malas, casi siempre se afina y, por tanto, empieza la música ya de seguido… Suena otra pieza nueva… No tiene porqué ser mejor, o sí. Esas cosas cambian con el tiempo. Lo que es bueno o malo, digo.

Un cuento secreto dice que si tocas la partitura como si tu decidieras las notas, aunque bien sepas que no es así, para ti mismo eres, desde entonces, nada menos que la música. Y asi puedes jugar otra vez a un juego nuevo, pero de mayores; y al final te acostumbras, y lo disfrutas, porque has crecido en la afinación.