JARTITOS

Mientras que nuestra vida corre por los surcos de lo cotidiano, no tenemos la sensación de que necesitemos modificar nuestro comportamiento interno. Sin embargo, en una situación como la actual, en la que no podemos cambiar lo que está sucediendo, necesariamente nos vemos obligados a tener que adaptar nuestro funcionamiento a la nueva situación.

Los mecanismos mentales y resortes que nuestra mente tiene en el discurrir de lo habitual, puede que no sean funcionales para gestionar la novedad lo que acontece ahora, sobre todo cuando es tan compleja, novedosa, contradictoria, intensa, duradera e incierta como la que estamos experimentando con esta pandemia.

Podemos observar que según va pasando el tiempo, los consuelos, distracciones, recursos y formas de funcionar que eran válidos en los meses anteriores, comienzan a dar señales de agotamiento y disfuncionalidad. Es necesario, por tanto, el hacer una observación interna rigurosa y afinada que nos permita hacer ese ajuste necesario a una situación que perdura en el tiempo y que parece que no tiene pinta de acabar pronto o mejorar en breve plazo, sino que amenaza con ciclos de empeoramiento temporales.

Estamos observando en nosotros mismos y en las personas que nos rodean como los comportamientos se empiezan a extremar o a cambiar. Puede que empecemos a sentir un hartazgo de la situación y una emocionalidad más intensa. Nos dicen los expertos que la fatiga psicológica está comenzando a provocar un aumento de la ansiedad, la depresión, los comportamientos incívicos, la disociación cognitiva (creer que pasa lo que no pasa), o los trastorno de sueño y las alteraciones de las relaciones.

Las medidas que los gobernantes van tomando, por su carácter cambiante, disfuncional en ocasiones, contradictorio o injusto -según la ideología de quién lo mire- nos hace no tener claro cuál es el comportamiento que tenemos que seguir para ganar esta batalla. Menudos marrones para todos, la verdad. La cosa no es tan fácil. La sociedad oscila entre el cabreo por los incumplimientos irresponsables de la gente o el desprecio sutil a aquellos que parecen más extremos en sus medidas, a los que vemos como neuróticos acobardados por una cosa que no es tan grave.

La abrumadora cantidad de información que nos llega por miles de vías, redes sociales, programas de televisión, móvil, tertulias, expertos y bocachanclas, nos lleva a  no tener claro qué lectura hacer de cómo va la cosa de verdad. Aunque sepamos que la situación cambiará en unos meses, pues según lo prometido la llegada de las soluciones que la ciencia nos va a ofrecer (vacunas, antivirales, tratamientos preventivos) en breve irán llegando en cascada y servirán para eliminar con paciencia el virus (o no), quizá no estamos preparados para una espera tan larga y empezamos a desesperar y a perder los estribos con lo que sucede. Podemos tener una esperanza desmedida en esas medicinas que se anuncian continuamente pero no acaban de llegar o, al contrario, optar por creer que no servirán de nada o que, directamente, serán peligrosas y fruto de negocios oscuros y conspiraciones tan super secretas que se publican en YouTube.

La incertidumbre de la situación económica, en la que las cifras mareante de dinero público que los bancos centrales están lanzando a la economía con manguera difusora, en contraste con la carencia que sentimos viendo como van cerrando las persianas de los negocios y las cuentas bancarias propias o ajenas van bajando, nos deja perplejos. Los medios de comunicación, que viven de la audiencia, y por tanto, buscan llamar la atención y los clicks, nos magnifican la información y los datos, funcionando como heraldos del apocalipsis. Cracks, crisis, devastación, desplome… palabras gruesas con música de guerra para atraernos a su relato y que nos quedemos hipnotizados viendo sus informes paralizantes. Mientras que el mundo conocido va cambiando, aparentemente desmoronándose, todos nosotros, en contraste, acabamos siendo obligados, por las medidas de confinamiento, a una sobredosis de nuestra cotidianidad al tener que encerrarnos en nuestras casas sin poder distraernos, obligados a pasar más tiempo con nuestros convivientes y con nosotros mismos, lo que nos obliga a darnos cuenta de dónde estamos, cómo estamos, con quién estamos y qué estamos haciendo con nuestras vidas.

Las mareantes cifras de millones de muertos de telediario que van alternándose de país en país por todo el planeta, almacenados en congelados polideportivos y enterrados en filas apretadas por centenares, contrastan con las fiestas masivas adolescentes desbocadas donde se brinda por la inconsciencia de la vida, embriagados por la pertenencia a la omnipotencia narcisista ilusoria de la juventud. Aun no saben que la vida juega duro a veces, ni comprenden el necesario equilibrio que habrá que hacer entre el horror y la maravilla, y así ha de ser. Ancianos mirando por la ventada aislados en su jaula protectora de soledad. Niños enmascarillados alineados en filas, más militares que colegiales, a los que ya no podemos abrazar. Millones de videos anunciando verdades ocultas, visiones proféticas, chistes con la muerte… Un mundo lleno de contradicción. Y que dura y dura. El reino de la incertidumbre.

La obligatoria reflexión a la que nos llevan los cambios nos está llamando inexorablemente. Cuanto antes escuchemos la música, externa e interna, antes bailaremos afinados.

Veamos un poco en qué modalidad defensiva puede colocarse nuestra mente a medida que va pasando el tiempo. Podemos tener varias de ellas, o ir cambiando en el tiempo o creer que las tienen los demás pero nosotros no, que somos los poseedores de la verdad perpetua. Aquí van las más típicas, para ver si nos sirven y poder aprender de nosotros mismos y que nuestra conciencia pueda llegar a un mayor equilibrio y funcionalidad adaptativa a esta situación en la que nos encontramos:

  • Puede que formemos parte del grupo de los negacionistas, de los incrédulos, de los que se niegan a integrar la información de los hechos objetivos, siendo estos de los radicales (todo es mentira) o de los sutiles (me creo lo que me interesa). La estructura del ego tiende a oscilar entre el miedo a la muerte reprimido y la fantasía de la inmortalidad o la inmunidad. Creernos que estamos por encima de la situación. Que a nosotros no nos va a pasar nada, porque nosotros sabemos una verdad verdadera, o porque somos jóvenes, comemos espinacas, somos espirituales, rebeldes sin causa, gente como Dios manda o hacemos zumba. Creer que los demás son unos cobardes neuróticos desquiciados, mientras que nosotros, poseedores de una fe inquebrantable en nuestro poder, tenemos derecho a vivir la vida loca. Conmigo el virus no tiene poder. A los míos no les va a pasar nada o lo pasarán sin problemas. La parca de la guadaña es una cosa que les pasa a los demás, a los desconocidos, a un porcentaje irrisorio de ceros y comas. No es para tanto. No preocuparse, voy a cocinar y comer tartas que es lo importante, para luego salir de fiesta como si no hubiera un mañana. Hacer como que no estoy oyendo lo que me está susurrando en la oreja una voz muy mala. Primer encaje frente a la muerte: la negación de la evidencia. El bamboleante tupé naranja del narcisismo. El más jodido de reconocer. 

  • Puede que seamos de los iracundos, de los que se entregan a la rabia. Todo mal. Nos coartan la libertad, estamos encerrados por una dictadura. O al contrario, no están haciendo nada, estamos en manos de blandengues ignorantes, lo que hace falta es mano dura. Los gobiernos son unos incapaces malintencionados, la gente es gilipollas porque toma o porque no toma medidas, estamos hartos de la situación, a la mierda todo, coño ya. No es muy racional, pero desahoga momentáneamente. Nosotros somos los que sabemos, el resto no, el resto son estúpidos o marionetas manipuladas. Todos son unos inútiles. Segundo encaje: la ira.

  • Tercer encaje: Acción-Negociación. Si acierto, todo controlado. Va de lo coherente a los extremos del trastorno compulsivo. Ok, entonces si me pongo la mascarilla correcta y voy haciendo zigzag por la calle unos días todo se arreglará y no me pasará nada. Tengo que no abrazar a nadie nunca, ojo con el botón del ascensor, limpia los zapatos, lejía en las llaves, el pomo peligroso, el filtro hepa, las ventanas abiertas, nada de amigos, tira para allá, nada de calle, lugares cerrados chungo, vitaminas, melatonina, medicinas compradas por internet, buscar “respiradores automáticos” en Amazon por si la cosa se pone chunga… dar tres golpecitos en la puerta antes de abrir, cantar “sobreviviré” catorce veces al día, esa magia funcionará… Una cosa es hacer lo que hay que hacer y otra creer que existe la capacidad de controlar a la vida a base de hacer cosas. Todo tiene un límite. Un vaso de agua es sano, cien me mata.  

  • Cuarto encaje: la derrota, tristeza, depresión. Esto no va a terminar nunca. Moriremos solos en un mundo devastado, todo es horrible, la muerte reina sobre todas las cosas. El murciélago ganó. Malditos chinos. Nunca se encontrará una solución, todo es un negocio, estoy perdiendo la ilusión de la vida, no me quedan ganas de hacer nada, me embruteceré viendo netflix hasta que no tenga energía ni para darle a “ver el siguiente episodio” y me hundiré en la oscuridad de la derrota. El mal ha triunfado, nada tiene sentido, todo está perdido. Mu mal, mu mal, mu mal, malamente, tra, tra.

  • Quinto encaje: Acepto. Vale, pues pandemia cansina. Es lo que hay. Que me gustaría que acabara, sí. Que acabará, sí. Que ha acabado ya, no. Que todo va a peor, no. Se trata de aceptar esto es lo que está pasando. Total, si no acepto va a seguir pasando. Puedo centrarme en lo que es útil, ser compasivo con los otros, protegerme y protegerlos. Y, a la vez, seguir viviendo. Puedo confiar en la vida y, a la vez, hacer lo que tengo que hacer. Sí, es malo y nuevo, pero traerá cosas buenas también. No hay nada absoluto, todo se equilibra. Puedo hacer cosas, aprender cosas. Puedo centrarme en lo que sí puedo hacer, ayudar a los demás, tener paciencia, respirar mis emociones, validar mis ratos malos.

Obviamente, el quinto es el más sano. Pero podemos ir pasando por los cinco según el día o el rato. Son las clásicas etapas frente al duelo. Intentos de la pobre gente en su derecho de intentar vivir menos angustiados. El duelo de un mundo en metamorfosis, no tanto en apocalipsis, que tampoco hay que ser un gritón mal agorero. La metamorfosis, también, de mi propia identidad en contracciones como la oruga en la crisálida. Toda crisis es una crisis de identidad. En el fondo, la vida es una gran crisálida. Lo que pasa es que llevamos demasiados años encadenando crisis tras crisis. Pero bueno, crisis de países ricos, de todos modos. Que tampoco hay que comparar con la II Guerra Mundial. 

Lo importante es tomar conciencia. Lo importante es ponerle nombre a mi estado emocional. A hacerme responsable de cómo estoy. A ser una estación de reciclaje de las emociones negras y no ser un eslabón en la transmisión del conflicto en un mundo convulso. No añadir más negro a lo negro. Ni más mentiras a las mentiras. Poner de mi parte lo bueno. Darme una llantina con todo el gusto si toca. Liarme a patadas con un saco de pataletas si hace falta. Pero aprender de mí. Y darles espacio a los otros, para que se puedan equivocar todo lo que necesiten. La ideología es, en el fondo, una cuestión religiosa. Cosas de fe, como el relato. Si me doy cuenta de la cosa que me tengo que dar cuenta, se modifica sola y yo me alineo, me afino, me coloco, aprendo y evoluciono. El sufrimiento no es un error del sistema. Son los golpes del herrero en el acero para fabricar una hermosa y útil espada. ¿Quién te dijo que las cosas tienen que ser como tú quieres? ¿Quién te dijo que las cosas pueden ser cómo tú quieras?  Que no te convenza la serpiente del manzano.

Pese a todo, el otoño, de momento, sigue siendo igual de dorado y de hermoso y sin duda volverá a venir la primavera. Para casi todos. Hemos aprendido mucho y más que viene.  Ahí están lo importante de los servicios públicos, lo trascendente de estar saludables, hemos aprendido que el mundo tecnológico nos puede ayudar de una manera increíble. Hemos aprendido el placer de un paseo al aire, el valor de un abrazo, el agradecimiento porque el bicho casi no se fijara en los niños. Menos mal.

Por esto que pasa, casi todos estamos siendo cambiados, algunos a mucho mejor, otros no. Y así habrá de ser.  La sociedad aprenderá cosas, aunque sea mirando sus propios monstruos.  La vida escribe a veces con renglones torcidos pero siempre tendrá su sentido en su debido momento, aunque requiere tiempo. La conciencia desarrollada es capaz de no confundir lo imaginario con lo real, es capaz de equilibrar los extremos y ver lo bueno y malo en su ilusorio y subjetivo aspecto temporal. La conciencia hace que nuestra mente nos proteja de nuestra mente. Diferenciar lo que pensamos de lo que pasa y saber procesarlo, filtrarlo y compensarlo. La conciencia nos permite que no acabemos siendo el más gilipollas del apocalipsis.  Vivir el momento presente, que, como un juego de consola, nos da los recursos que necesitamos. Lo imaginario no se puede vencer más que con sus propias armas: imaginación correcta. Para poder vivir lo que sucede ahora. No somos nuestra mente, no somos lo que pensamos. La mente es solo una herramienta, que en momentos complejos, como a los ejércitos, no hay dejarles que den un golpe de estado.

En las curvas, no se frena. Soltemos lo que no controlamos y confiemos. Céntrate en lo que puedes hacer, pero sin creer que llevas el mando. Y seamos compasivos.

Y si estos objetivos te resultan complicados, pues practica. Mira, por ejemplo, en una buena academia, un buen yoga, físico y mental.

www.centronagual.es

Un abrazo.

Mariano Alameda.

Octubre 2020